Asgard parecía de todo inexpugnable, protegido como estaba por un acantilado y una roca saliente. Sin embargo, sus murallas estaban debilitadas y tenían miedo que los gigantes de Jotunheim intentasen una invasión en cualquier momento.
Pensaron entonces en reconstruir y reforzar la muralla.
Heimdal, el guardián del puente arcoiris recibió a un fuerte maestro albañil. Llegó envuelto en una capa de pieles y le acompañaba un bello caballo gris. Se presentó y se ofreció a construir la muralla que tendría terminada para el Otoño. A cambio pidió tres cosas: el sol, la luna y a la hermosa Freya como esposa. Aquella petición le resultó excesiva a Heimdal pero decidió debatirlo en el consejo de los Dioses.
Freya estaba delante en aquel incómodo debate pues la tenían de rehén en Asgard tras la guerra. Estaba tan furiosa que hasta los gatos que tiraban de su carroza de oro bufaban rabiosos destrozando todo a su paso. Hasta los lobos de Odín se asustaron y esperaron agazapados a los pies del trono. Se acercó entonces a Freya un dios elegante y apuesto de ojos magnéticos. Era Loki, el supuesto hermano de Odín, el maestro del engaño. Tejió un plan que consistía en decirle que sí al arquitecto pero poniéndole dos condiciones. Primera, no podría usar todo el tiempo que había pedido para terminar el trabajo. Solo dispondría de una estación, tendría que acabarlo en primavera. La segunda condición era que nadie podría ayudarle.
Los dioses contemplaron la posibilidad de que consiguiera terminar el trabajo. Se quedarían entonces sin sol, sin luna y sin su bella Freya. Sin embargo aceptaron el trato con la certeza de que no podría completar el trabajo a tiempo, no le pagarían nada y se quedarían con el trabajo iniciado. El constructor era demasiado orgulloso como para echarse atrás y aceptó el trato con la condición de que le dejasen usar su caballo para trasnportar las piedras a la ciudad desde la cantera. En pleno y crudo invierno empezó a cavar la zanja para levantar la muralla. Ni la lluvia la nieve o el granizo pudieron detenerlo. Su caballo Svadilfari llegaba a la ciudad cargado de pesados sacos de piedras. El sol que anunciaba la llegada de la primavera derritió la nieve y la trasformó en barro. Faltaba un día para cumplir el plazo acordado y estaba a punto de terminar el trabajo. Loki además de ser un embaucador, era muy astuto. El sol se estaba poniendo y tenía que completar la última entrega de piedras. Loki se transformó en una yegua de pelo dorado y se puso a pastar a la orilla del camino. El caballo persiguió dentro del bosque a la preciosa yegua que lucia sus crines al viento. El cantero no pudo completar el trabajo y perdió su apuesta. Dieron un banquete para celebrarlo y bebieron hidromiel toda la noche. Durante varias semanas el dios del engaño había desaperecido. Al fin, recuperando su aspecto habitual, salió del bosque con un caballito de ocho piernas, Sleipnir. El animal corría como el viento y se convirtió en el corcel del Odín, el rey de los dioses.
Muy interesante.
Un saludo!